OPINIÓN
Se nos olvidan muchas cosas…
Ahora es la Amazonía, camino de un desastre ecológico de incalculables proporciones y consecuencias y que pronto olvidaremos… como ya se nos ha olvidado la desecación del mar de Aral, que es uno de los mayores desastres ecológicos de la historia, cuando entre 1954 y 1960, el gobierno de la antigua URSS, con la intención de cultivar algodón, ordenó la construcción de un canal de 500 km de longitud que tomaría un tercio del agua del río Amu Daria y por lo que, en los años ochenta, el agua que llegaba era tan sólo un 10% del caudal de 1960 y el Mar de Aral empezó un proceso de desecación.
El Mar de Aral ocupa actualmente la mitad de su superficie original y su volumen se ha visto reducido a una cuarta parte, el 95% de los embalses y humedales cercanos se han convertido en desiertos y más de 50 lagos de los deltas, con una superficie de 60.000 hectáreas, se han secado.
En lo que respecta al clima, esta desecación ha eliminado el efecto de amortiguador que ejercía la zona en su entorno, por lo que los inviernos y los veranos se han hecho más duros, con el consiguiente aumento de sequías graves.
Parece que somos cada vez más conscientes de la contaminación atmosférica, del efecto invernadero de la invasión de plástico que acaba en el mar y no hacemos nada o muy poco como si la tierra pudieran sostener esta agresión de los hombres.
Siempre he creído que los errores sirven para aprender, pero parece que tenemos más capacidad para olvidar que para recordar y poner soluciones de futuro.
Igual que ocurre con la ropa, que con el paso del tiempo queda desfasada, las catástrofes más difíciles de asimilar llegan, nos asombran y se olvidan, como si de amnesia colectiva se tratase.
Se nos olvida el desastre de Bhopal de diciembre de 1984, cuando el escape de 40 toneladas de uno de los químicos más tóxicos que existen, el isocianato de metilo, salió en forma de gas desde la fábrica norteamericana de pesticidas Union Carbide, en la ciudad india de Bhopal, quemando los ojos y los pulmones de gran parte de sus habitantes; 25.000 fallecidos además de las 200.000 personas que siguen, 35 años después, padeciendo las evidentes consecuencias físicas como cáncer, males de estómago, de hígado, de riñón, de pulmones, trastornos hormonales y mentales y las no tan evidentes a simple vista.
Se nos olvidan las diferencias entre los países de la tierra, las pateras y los muertos en el Mediterraneo, los muros de Donald Trump, las carencias y las dificultades de muchas familias mientras políticos corruptos salen indemnes
Se nos olvida que en España, muy cerca de Almería hay 4 parcelas valladas donde la tierra está contaminada con restos de plutonio. 50.000 m3 de tierra contaminada del accidente de Palomares esperando o desesperando que el gobierno de los Estados Unidos venga a limpiarlo desde 1966, aunque si recordamos algunos, por lo anecdótico, la esperpéntica imagen de Manuel Fraga y el embajador americano en traje de baño.
Se nos olvidan, la multitud de cementerios atómicos que tenemos en el mundo y que siguen aumentando, se nos olvida el accidente de Chernóbil (1986) donde sigue la radiación afectando a una extensísima población de Bielorrusia y Ucrania y en las que se calla el aumento de enfermedades inmunológicas y tumorales, o el más reciente de la central nuclear de Fukushima en el 2011 y del que no se ha vuelto a hablar.
Se nos olvidan los desastres producidos, caiga quien caiga…, por el desmesurado ansia de enriquecimiento sin límite de algunos, como los más de 300 muertos del derrumbe de la fábrica textil en Dacca (Bangladesh) en 2013 ó las más de 50.000 personas que se quedaron sin hogar en esta misma ciudad por un espantoso incendio el 18 de este pasado mes de agosto.
Se nos olvidan las diferencias entre los países de la tierra, las pateras y los muertos en el Mediterráneo, los muros de Donald Trump, las carencias y las dificultades de muchas familias mientras políticos corruptos salen indemnes
Se nos olvidan muchas cosas…