La Legión

Redactado por: Julian Calvo
18-04-18

La talla original del Cristo de la Buena Muerte, fue magistralmente tallada por Pedro de Mena y Medrano en el S. XV. Si bien, en 1931, durante la II República, su gobierno no quiso, o no supo –quiero pensar– sofocar una persecución religiosa que nada tuvo que envidiar a la peor fama de la Inquisición. Durante la misma, la talla del Cristo fue destruida y significativamente, en esos días y también en Málaga, los republicanos, entre otras muchas brutalidades, quemaron a la Virgen de la Paz en la Trinidad, algo que uno no puede dejar de comparar con la barbarie de los fanáticos talibanes de hoy, no muy distintos de aquellos milicianos, capaces de asesinar a un civil por el mero hecho de poseer una medalla o un rosario… y curiosamente en nombre de la libertad. En fin…

De aquellas agresiones a cuanto simbolizaba la piedad cristiana quedó devastado una considerable parte del arte español mutilado, quemado y aniquilado. En el caso del Cristo que nos ocupa, solo quedó una pierna y un pie carbonizado, pero de sus cenizas y de la generosa devoción, en 1941 nació una talla idéntica a la destruida, de la mano de Francisco de Palma, y desde 1960 en cada acuartelamiento de la Legión luce un Cristo bajo esta advocación.

Pues bien, permítanme la libertad de recordar aquello y de expresar mi simpatía por esa legión que lo venera desde 1920 y saca en procesión cada Jueves Santo con una admirable marcialidad.

¿Cómo puede molestar a alguien semejante práctica devota? Siempre hay a quien todo les parece mal, esto, y cuanto represente la costumbre o los valores de siempre, y con ellos estas expresiones de amor y respeto a lo divino.

Urticaria da plantearse que estos detractores de hoy puedan padecer en un arrebato de ira, el odio y la intolerancia violenta de aquellos republicanos a la primera oportunidad que se les presente y se lie otra como la de Asturias. 

El valor que demuestran cada día estos caballeros y damas de la Legión y cualquier miembro de seguridad del estado, cuerpos especiales y de emergencias o servicios sanitarios, en la generosidad y entrega con que actúan aun a riesgo de su propia vida, les añade ese valor y coraje que les hace grandes.

Su propio himno lo dice: son novios de la muerte, esto es, abrazan con amor el cumplimiento de su misión hasta sus últimas consecuencias.

Creo que la disciplina y la nobleza que rezuman estos soldados es infinitamente más favorable a la paz que el follón y la rebeldía que a veces sugieren quienes les critican. Y eso también es de agradecer, si bien es verdad que ese estricto orden, no le sienta bien a todo el mundo.

No hay mejor muerte y más cristiana, que la así lograda, por eso ostentan el honor de seguir sacando a su Cristo de la Buena Muerte, que también se puso a toda prueba en el desierto. Y nadie ni nada se lo va a impedir, porque ser legionario no es un simple oficio sino una admirable vocación.

jcalvom@hotmail.es

 

 

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