OPINIÓN
España en llamas
La cosa está que arde. El fuego está prendiendo la convivencia y se hace cada vez más irrespirable intercambiar ideas. Si hay algo incómodo al dialogar con una persona radical es que al cabo de 10 minutos no sabes quien es más cateto, si él, por decir tamañas barbaridades o tú por escucharlas y discutirlas. Tienen muerta la objetividad y el otro medio cerebro bloqueado entre la obstinación, las pasiones y su espeso parecer. A veces uno se da cuenta que lo que pretenden es frustrarte deliberadamente, sacarte de tus casilla y acusarte de que has perdido el norte.
Esto es un poco como el tenis… cuanto mejor te toquen las pelotas, más posibilidades tienen de ganarte. Y ahí se anda: tratando de mejorar el juego sobre el adversario, en una encarnizada lucha twit a twit o en otros recursos que cualquier imbécil puede manejar y que hoy han sustituido al acalorado debate del bar o la sobremesa, moderados entonces por la presencia física de unos y otros, lo cual, al menos infundía respeto. Ahora, los violentos ni dan la cara, como en cualquier guerra, se camuflan, tras un nic o nombre anónimo e intoxican opiniones, retuercen y exageran todo cuanto pueden, incluso faltando a la verdad, al buen gusto y a la corrección. Lo preocupante es que se han convertido en noticia de portada y líderes de opinión.
El caso es que los espectadores de tan lamentable show, en general, son muy crédulos y sin contrastar la bondad del artículo, foto o comentario, los propagan alegremente, engordando así el fuego de la confusión y la crispación, animada por algún que otro alborotador.
A veces el mensaje falso va endulzado con la miel del humor, y hasta recubierto de una crueldad ácida. Así, el creador consigue que siga circulando aun siendo evidente su falsedad, porque siempre es efectivo ese poso de veneno que deja en algunos, por aquella máxima del “miente que algo queda”. Un ejemplo: antes de caer el mayoritario gobierno conservador, circulaban infinitud de consignas y videos de absurda mala leche denostando al bueno de Rajoy. Me llamó la atención uno en que al entonces presidente, se le representaba en su casa con cara de avaricia manejando máquinas contadoras, pasando los millones de billetes que supuestamente había robado a sus gobernados –“ahí es ná”… – . Y mira… ahora el hombre no quiere ni su pensión vitalicia.
A otros, les da igual ocho que ochenta y tienen la nobleza, por así decirlo, de despotricar con su foto, nombre y apellidos
Entre todos están consiguiendo inflamar la sociedad hasta con representaciones rocambolescas al estilo Ruiz-Mateos. Y ello, lejos de refrescar nuestras fuerzas, quema la paz social mientras alimentan miedos y odios.
En una sociedad tan mediatizada, además de un eficaz arma de destrucción social, se puede decir que se ha creado una regla de oro para el alborotador radical: todo lo que no sale en los medios, sencillamente no existe, así pues hay que llamar la atención del público aunque sea haciendo el ridículo ante los medios, bombardeándolos, quemándolos. Todo vale para hacerse notar y trepar por el ranking de popularidad.
Por ser objetivo, los unos te llaman carca y retrógrado cuando no facha, que como saben, califican al insultado de fascista hijo de p. Que por cierto, el radicalismo de izquierdas llega a tal extremo que ya se publica – agárrate Catalina! – que el fascismo aún vive en nuestro Parlamento…
Por su parte, los del otro extremo acusan al rival de querer resucitar a Lenin y a las checas desenterrando un pasado en el que los “rojos”, no fueron precisamente santos y que otro caudillo les pondría en su sitio. En fin…
Y todo esto lo proclaman mayormente la generación de la ESO, que no vivieron los horrores fraticidas de aquella España, consumiéndose entre las llamas, ni tan siquiera el eco de la posguerra, sino una época de paz y convivencia nacida de olvidar todo aquello que afortunadamente ya es historia.
Quizás por eso, y porque las únicas guerras que conocen son las de las “pelis” y videojuegos, se hayan creído que los fuegos se apagan con leña.