OPINIÓN
El día que Letizia renunció a su libertad
Ahora en octubre hace quince años que se conocieron la periodista y el entonces príncipe Felipe
El 3 de noviembre de 2003, a última hora de la tarde, en el jardín del Palacio de la Zarzuela, junto a las últimas rosas de otoño, Letizia Ortiz Rocasolano abandonó toda su fortuna personal: la libertad y el periodismo. Exultante e ilusionada, dio la mejor exclusiva del año. La noticia era ella misma. El príncipe Felipe, heredero de la Corona, anunciaba su compromiso matrimonial con la guapa asturiana.
Sin embargo, hasta que llegó ese día, como dijo Letizia, hubo “reflexiones muy intensas”. La brillante periodista, de 28 años, fue galardonada con el Premio Larra, que le concedió la Asociación de la Prensa de Madrid por ser la profesional joven más destacada del año 2000. Su rostro iluminaba la pantalla todas las noches en el noticiario de Televisión Española. En consonancia con su carácter, luchador y competitivo, la veíamos como reportera, presentadora o enviada especial en guerras y catástrofes. Su carrera era imparable. Respondía perfectamente a la definición de Gabriel García Márquez: “El periodista que no sienta pasión por este oficio, que es el mejor del mundo, será otra cosa, pero no podrá llamarse periodista”. Pasión es la palabra que define a Letizia Ortiz. Ante las cámaras, soltaba un chorro de emoción cuando trasmitía sus crónicas o cuando contaba noticias impactantes de actualidad. Esa pasión por su trabajo es la que provocó las “reflexiones intensas”.
La historia había comenzado como tantas otras de parejas que buscan el amor, efímero o duradero. Felipe de Borbón llevaba desde los 18 años picando de flor en flor. Pasaron por sus brazos chicas guapas de toda condición, sobre todo modelos, como la norteamericana Gigi Howard, la paquistaní Yasmin Gahuri, Alicia Krezjlova o la noruega Eva Shanun (con quien se quería casar, pero fue vetada y el Príncipe tuvo sus más y sus menos con sus padres). Pero cuando Felipe cumplió 34 años, en enero de 2002, el rey Juan Carlos le mandó un recadito: ya era hora de buscar una esposa, casarse y tener hijos para asegurar la continuidad de la dinastía Borbón, instaurada en España desde hace 300 años.
Una mujer distinta
En septiembre de 2002, Felipe de Borbón se lanzó al agua. Le gustaba una periodista de televisión Española de la que sólo sabía el nombre: Letizia Ortiz Rocasolano. Echó mano de la agenda y llamó a su amigo Pedro Erquicia, para pedirle que preparara una cena e invitara a Letizia y a él junto a otros periodistas y personajes importantes. Tenía deseos de conocer a la chica de la televisión. La cena se celebró el 17 de octubre y, efectivamente, Letizia no sospechó nada. Como por casualidad, la sentaron junto a Felipe. Hablaron de todo. El príncipe de Asturias se dio cuenta de que era una mujer distinta a las que había conocido hasta entonces. Además de atractiva, culta y preparada, le pareció valiente. A los postres le pidió el teléfono y quedaron para comer en algún restaurante madrileño.
Letizia cuando era brillante periodista de la pequeña pantalla.
Pero no se ganó Zamora en una hora. A los dos o tres días Felipe llamó a Letizia, quien le dijo que estaba muy ocupada y que la llamara más adelante. Esta respuesta descolocó al Príncipe, acostumbrado a que todas las chicas le dijeran sí a la primera. Continuó insistiendo varias veces durante todo el mes de octubre y recibió la misma contestación: “Más adelante, que ahora no puedo”. La verdadera razón es que Letizia salía con un compañero, David Tejera, y aunque la relación estaba prácticamente terminada, no le parecía bien aparecer en alguna revista junto al príncipe Felipe, en el caso de que los descubrieran los “papparazzi”.
Pero también el destino juega sus cartas. En noviembre sucedió la catástrofe del “Prestige”, el petrolero que inundó de chapapote las costas de Galicia. Allí fue enviada especial Letizia para cubrir la información y allí fue enviado Felipe representando a la Corona. La periodista ya no pudo negarse al prometido almuerzo y a varias conversaciones que tuvieron lugar en lugares reservados. Por algunas indiscreciones y comentarios de personas relacionadas con nuestra protagonista, se supo que el Príncipe llevó la conversación adonde le interesaba: su situación personal y familiar. Le pidió a Letizia seguir viéndose en Madrid y la máxima discreción. Y así lo hicieron. Un día le expuso claramente que buscaba a alguien con quien compartir el futuro. Dicen que Letizia se echó a reír cuando intuyó que la había elegido para posible esposa y comentó que era la idea más descabellada que había oído en su vida.
Problemas por todas partes
Parece ser que en las cosas del querer, cuanto más difícil se lo ponen a un hombre o a una mujer, más ganas le dan. Eso ocurrió al Príncipe de Asturias. Letizia le habló de todos los problemas que veía: era una chica normal amante de su libertad; estaba muy feliz con su profesión y no pensaba dejarla; no era princesa, ni tenía sangre azul, por lo cual el matrimonio sería morganático y los monárquicos recalcitrantes pondrían el grito en el cielo; para colmo era una mujer divorciada y los reyes Juan Carlos y Sofía no la aceptarían.
La repuesta de Felipe siempre era la misma: “Si tú te decides prometo que no habrá ningún problema.” La seguridad y el carácter del Príncipe terminaron por ablandar el corazón de Letizia, que dejó en manos de él la solución. Le atribuyen a Letizia estas palabras: “Me enamoré de él por lo buena persona que es y porque me quiere mucho”. Efectivamente los problemas se resolvieron, casi todos, menos la relación de Letizia con el rey Juan Carlos, que siempre ha sido mala. El del matrimonio morganático (según la Pragmática Sanción de Carlos III, del 23 de marzo de 1776, reyes y príncipes europeos no pueden casarse con mujeres de condición inferior salvo que antes renuncien a sus derechos dinásticos), no se tuvo en cuenta porque no está recogido en la Constitución española. Ser divorciada tampoco fue impedimento al no haber matrimonio eclesiástico. Y en cuanto al deseo de Letizia de seguir con su profesión, que lo manifestó el día de su presentación, “sería deseable una desvinculación gradual de Televisión Española, no inmediata”, todo quedó en buenas intenciones, pero la realidad se impuso y ella misma comprendió que era imposible.
Convertida en Reina junto a Felipe VI.
Cuando se celebró la boda, el 22 de mayo de 2004, el futuro parecía un camino de vino y rosas para Felipe y Letizia. Pero también, en ese camino, han aparecido algunas espinas. Como el suicidio, a causa de una depresión, de Erika, hermana menor de Letizia, el 6 de febrero de 2007. La presión incesante que los “papparazzi” ejercen sobre los Reyes y sus hijas. La escasa relación de la Reina consorte con su familia. Los comentarios acerca de su delgadez.
Buena profesional, como la reina Sofía, Letizia Ortiz de Borbón está cumpliendo perfectamente su trabajo. Aunque sienta nostalgia de su época de periodista. Ella puede recordar, con el poeta Gabriel y Galán, estos versos:
“¿Dónde fueron los tiempos aquellos
que puede que no vuelvan,
cuando yo fui persona leída
que hizo comedias, y aleluyas también,
y cantares
“pa” cantarlos con una vihuela?
Ya no vuelven los tiempos de entonces,
ya no tengo ilusiones de aquéllas,
ni hago aleluyas,
ni hago comedias,
ni hago cantares
“pa” cantarlos con una vihuela”.