OPINIÓN
Cayetana Rivera y Martínez de Irujo, la chica del año
Hija de Francisco Rivera y Eugenia, lleva en su venas la sangre azul de la Casa de Alba y la roja de tres dinastías de toreros
De repente, como una hermosa flor oculta, Cayetana se abrió a la luz de la popularidad el pasado 16 de octubre, día de su 18 cumpleaños. La niña, hija de la aristócrata Eugenia Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart, duquesa de Montoro, y el torero Francisco Rivera Ordóñez, festejó su mayoría de edad sonriendo a los españoles desde las portadas de todas las revistas. Hasta entonces, para preservar su imagen y su intimidad, la ley prohibía que se publicaran fotos suyas. Ahora, de repente, se ha convertido en la Chica del Año, no sólo por ser quien es, sino por su belleza, simpatía y sencillez.
Sin embargo, en la vida, pocas veces la dicha es completa. Y Tana Rivera, como es llamada familiarmente, también ha tenido una sombra que ha oscurecido sus bonitos 18 años: la separación de sus padres. Aquel día, que ya se va perdiendo en la lejanía de los recuerdos, el 23 de octubre de 1998, la fastuosa boda de la duquesa y el torero pintaba como una película de amor con final feliz. Ella, de blanco impoluto como es de rigor, lucía una diadema de perlas, oro y brillantes, que perteneció a la emperatriz Eugenia de Montijo, tía bisabuela de la duquesa de Alba. El, cambió su traje de luces por el clásico chaqué. El gentío, agolpado ante la catedral de Sevilla, les gritaba emocionado “¡Guapos, guapos, guapos!”.
Pero tres años después, la realidad pura y dura demostró que lo tenían todo menos la felicidad. Con un frío comunicado anunciaban la separación de mutuo acuerdo.
Con dos años, Tana quedó bajo la custodia de su madre, aunque Fran podía verla siempre que lo deseara.
La soledad no perdona
Dicen los sicólogos que un divorcio es comparable, tanto para los padres como para los hijos, a una grave enfermedad. Se desmorona el edificio familiar y no queda nada en pie. Ambos esposos se sienten culpables. Los hijos se convierten en un problema, cuando no en un impedimento, para que los progenitores inicien una nueva relación. Niños y niñas se sienten desamparados y echan de menos al cónyuge ausente. Todo ello sucedió a Cayetana Rivera, aunque estuviera perfectamente cuidada por niñeras y doncellas día y noche.
Aunque parece que los pequeños no advierten el gran problema de que sus padres vivan separados, no es así. El contacto físico con la madre, el calor corporal, la voz, los besos, son vínculos que los unen para el resto de sus vidas. Igualmente, la presencia del padre, su voz, sus manos, dejan huella en los hijos para siempre. Cuando todo este mundo afectivo se pierde, los menores sienten soledad y abandono, aunque tengan cientos de juguetes. Y si están con uno de los padres echan de menos al otro, por el que sienten lástima. Es lo que los sicólogos llaman el SAP (Síndrome de Alienación Parental). La pareja inseparable de los padres permanece en el subconsciente de los niños y sin ellos se sienten vulnerables y desprotegidos. En la etapa de los ocho a los diez años sueñan con mucha frecuencia que los padres se han reconciliado, lo que para ellos significa la felicidad.
En la noble familia del ducado de Alba, si nos remontamos a la última titular, la fallecida duquesa Cayetana, cinco de sus hijos se han divorciado, es decir, todos menos uno, Fernando, marqués de San Vicente del Barco, que permanece soltero. El divorcio parece ser el sino de la familia. El hijo mayor, Carlos, actual duque de Alba, y Matilde Solís, se divorciaron en el 2000 después de doce años de matrimonio. El segundo, Alfonso, duque de Aliaga y María Trinidad de Hohenlohe, estuvieron casados desde 1977 a 1987. El tercero, Jacobo, conde de Siruela, fue marido de María Eugenia Fernández de Castro desde 1979 a 1998. El quinto, Cayetano, conde de Salvatierra, ha batido el récord y sólo permaneció casado con Genoveva Casanova dos años, desde 2005 al 2007. Finalmente, Eugenia, estuvo desposada poco más de tres años, desde 1998 hasta 2002. Los cuatro varones divorciados son padres de dos hijos cada uno y Eugenia, de una chica, Tana.
Fran, yerno adorado
La boda de Francisco Rivera y Eugenia Martínez de Irujo fue para la duquesa de Alba la materialización de una ilusión que ella hubiera deseado para sí misma. A principios de los años 60 del pasado siglo, cuando triunfaba en los ruedos el gran torero Antonio Ordóñez, abuelo de Fran, la duquesa de Alba lo admiraba tanto que lo invitó varias veces a comer en el palacio de Liria. Antonio siempre iba acompañado por su mujer Carmen González y a la mesa también se sentaba el duque consorte Luis Martínez de Irujo, ingeniero y aristócrata. Cayetana, la duquesa, alternaba con toreros, bailaores flamencos, cantaores, gitanos, y personajes populares de esencia goyesca. Antonio Ordóñez era su hombre ideal y no era secreto para nadie que estaba enamorada de él, aunque fuera un amor imposible.
Por eso, cuando se conoció que Francisco Rivera y Eugenia eran novios, Cayetana revivió el romance que treinta años atrás soñó con ella de protagonista. Igual que con el abuelo, con el nieto se deshizo en elogios y en cariño. Lo proclamaba a los cuatro vientos. Era feliz cuando Francisco y su hermano Cayetano iban invitados al palacio de Liria. Francisco era para ella el mejor yerno del mundo. Sin embargo, cuando se divorció de su hija le dijo de todo menos guapo y prohibió que pisara su palacio.
La causa del divorcio fue que Francisco siempre ha sido un hombre asediado por las mujeres. Para él era muy difícil mantenerse en el sitio de marido intachable y guardar la compostura. Eugenia se hartó y solicitó la separación. Una vez libre, los amores del guapo torero llenaron las páginas de las revistas durante varios años. La primera novia fue Blanca Martínez de Irujo, emparentada con la familia de su ex mujer. Le siguieron la bailaora Cecilia Gómez y Elisabeth Reyes. Finalmente lo frenó la guapa abogada sevillana Lourdes Montes, con quien se casó y tiene una niña, Carmen. Lourdes y la hija mayor de Fran, se llevan muy bien, aunque cuando Tana está en Sevilla con su padre, Eugenia siente mucho la ausencia puesto que ha tenido hasta ahora la custodia. De igual manera, Francisco echa de menos a Tana cuando está en Madrid con su madre. Es la eterna cuestión de los padres divorciados y los hijos que han de tener, como dice la copla, “el corazón repartío”.
En este aspecto hay que destacar el buen juicio de Cayetana que siempre ha tratado de contentar a sus padres. Incluso cuando tuvo que declarar ante un juez de familia porque Francisco puso una demanda para llevársela a Sevilla, manifestó que el amor por ellos es exactamente igual y que siente la misma felicidad al lado del uno y del otro, aunque consideraba que era mejor que continuara viviendo con su madre ya que en Madrid tiene a sus amigos y su ambiente de siempre.
Tana Rivera habla perfectamente español, inglés y francés. Ha estudiado en el Colegio Británico del British Councel, pero confiesa que le gusta más trabajar que estudiar y su intención para un futuro próximo es colaborar en la administración de las empresas de su padre en Sevilla, Málaga y otros lugares. Y disfrutar de los toros y del flamenco, sus aficiones preferidas.
Con motivo de su 18 cumpleaños, su padre, en Sevilla, y su madre, en Madrid, le ofrecieron sendas fiestas para celebrarlo. Eugenia, cuando la vio tan mujer y tan guapa, se acordó de la duquesa de Alba y le dijo: “¡Qué pena que no esté aquí tu abuela, con lo que te quería!”