SOCIEDAD
ESPECIAL FIESTAS 2019
EN HONOR DEL SANTÍSIMO CRISTO DEL MILAGRO Y NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
A la memoria de Federico Montero Botas, “Fede”
Homenaje de amigos a Federico Montero Botas en 1982 tras su salida del hospital, organizado por Vicente León en casa de Antonio Ramos. Fede aparece sentado en el centro de la fotografía mirando a cámara. Un año después de esta instantánea, “Fede Pachelo” fallecía a los 73 años
Como todos los años, Círculo de Opinión aprovecha la llegada de nuestras fiestas para editar un número especial en el que procuramos recoger parte de la historia de nuestro pueblo.
En esta ocasión hemos querido rendir homenaje a una persona muy querida y que fue parte de la historia reciente de Villaviciosa de Odón: Federico Montero Botas, más conocido por “Federico Pachelo”.
Hablar de Federico Pachelo era hablar de “Casa Fede, Bar La Piña” y toda la vida social que en él se desarrollaba, y que sólo sus muros llegaron a conocer del todo y que se llevaron muchos secretos cuando fueron derribados por la piqueta.
La vida de “Fede” fue azarosa, no dio la espalda al peligro, y fue amigo de sus amigos hasta el final. Recuerda su sobrina Ana Padellano que ingresado en el hospital de la Cruz Roja de Madrid para instalarle un marcapasos en su debilitado corazón, recibió tantas visitas, obsequios y presentes que las enfermeras no hacían más que preguntar quien era ese señor “tan importante”, se trataba de un personaje singular, sin duda, hasta los propios médicos que le atendían en el hospital dieron instrucciones para que en las comidas se le sirviera vino ya que llevaba más de 40 años sin probar el agua, y no querían provocarle un shock. Como Federico gustaba decir: “El agua no puede ser buena para el cuerpo con los barrancos que hace”.
Fede nació en Villaviciosa de Odón un 18 de julio de 1909 de Manuel Montero Aparicio (villaodonense) y de Francisca Botas Pardo (astorgana) y se crió en un hogar feliz junto con sus tres hermanos, dos chicas y un chico.
Su vida estuvo salpicada de numerosas anécdotas, muchas de ellas vinculadas a sus dos grandes pasiones, los toros y la caza.
Cuentan que su padre, temeroso de que debido al arrojo de Fede un toro le pudiera dejar sin hijo, cuando llegaban las fiestas de Villa pedía al entonces Teniente de la Guardia Civil D. Ovidio Alcázar que durante esos días le metiera en el calabozo.
La Guerra Civil fue determinante en su vida ya que tuvo la oportunidad de vivir momentos que decidieron el futuro de España.
A él le sorprendió la guerra trabajando como mecánico en Aviación y fue el chofer del entonces Teniente Coronel Máximo Bartomeu, que llegaría a Capitán General en 1951.
En la contienda civil se hizo merecedor de tres distinciones que fueron las medallas de “Campaña con distintivo de vanguardia” y al “Mérito Militar” y la “Cruz de Guerra”.
A “Fede” se le conocía por todos los pueblos de la comarca por su moto “Norton” a la que siempre acompañaba su bota de vino.
Todos los 18 de julio, fecha de su cumpleaños, invitaba a todos los que quisieran a una merienda en su bar, para lo que preparaba dos tinillos de limonada y engalanaba tanto su patio como la plaza del Humilladero.
Anexo al bar, se encontraba un patio en el que construyó una edificación que en la planta baja albergaba una habitación para la cámara frigorífica, una despensa y una zona de barra para atender a las mesas del patio en los meses de verano.
En la planta superior construyó tres habitaciones en las que se alojaban sus innumerables amigos que iban a visitarle.
Fue admirador y ferviente seguidor del famoso torero “Manolete” al que acompañó haya donde el diestro toreara.
Una de las amistades que le acompañó toda su vida, desde niño, fue la de Manuel Gutiérrez Mellado que trabajó en un tejar ubicado en la calle Abrevadero haciendo tejas y ladrillos, y con el que compartió grandes aventuras en su juventud, y que por deseo expreso de la familia de Federico nunca serán conocidas.
Cuentan que el día de su entierro apareció en el velatorio un señor al que nadie conocía ni había visto antes, que preguntó por las medallas de las que Federico Montero fue merecedor durante la contienda civil y si se las habían colocado. La familia, perpleja, contestó que no, que las tenían allí pero que no pensaban enterrarle con ellas. Ante la insistencia del desconocido, allí mismo se abrió el féretro y le colocaron a Federico sus medallas, y la familia se quedó sin ese recuerdo.
El Bar Casa Fede, ubicado en la Plaza del Humilladero, estuvo abierto durante 38 años y por su salón pasaron desde personajes ligados a la historia de España para siempre como el General Gutiérrez Mellado, hasta el vecino más humilde que encontraban en Fede no sólo al tabernero que le servía un buen vino, sino al amigo con el que compartir esos secretos inconfesables.
La vida de “Fede” fue azarosa, no dio la espalda al peligro, y fue amigo de sus amigos hasta el final. Recuerda su sobrina Ana Padellano que ingresado en el hospital de la Cruz Roja de Madrid para instalarle un marcapasos en su debilitado corazón, recibió tantas visitas, obsequios y presentes que las enfermeras no hacían más que preguntar quien era ese señor “tan importante”, se trataba de un personaje singular, sin duda, hasta los propios médicos que le atendían en el hospital dieron instrucciones para que en las comidas se le sirviera vino ya que llevaba más de 40 años sin probar el agua, y no querían provocarle un shock. Como Federico gustaba decir: “El agua no puede ser buena para el cuerpo con los barrancos que hace”.
Fede nació en Villaviciosa de Odón un 18 de julio de 1909 de Manuel Montero Aparicio (villaodonense) y de Francisca Botas Pardo (astorgana) y se crió en un hogar feliz junto con sus tres hermanos, dos chicas y un chico.
Su vida estuvo salpicada de numerosas anécdotas, muchas de ellas vinculadas a sus dos grandes pasiones, los toros y la caza.
Cuentan que su padre, temeroso de que debido al arrojo de Fede un toro le pudiera dejar sin hijo, cuando llegaban las fiestas de Villa pedía al entonces Teniente de la Guardia Civil D. Ovidio Alcázar que durante esos días le metiera en el calabozo.
La Guerra Civil fue determinante en su vida ya que tuvo la oportunidad de vivir momentos que decidieron el futuro de España.
A él le sorprendió la guerra trabajando como mecánico en Aviación y fue el chofer del entonces Teniente Coronel Máximo Bartomeu, que llegaría a Capitán General en 1951.
En la contienda civil se hizo merecedor de tres distinciones que fueron las medallas de “Campaña con distintivo de vanguardia” y al “Mérito Militar” y la “Cruz de Guerra”.
A “Fede” se le conocía por todos los pueblos de la comarca por su moto “Norton” a la que siempre acompañaba su bota de vino.
Todos los 18 de julio, fecha de su cumpleaños, invitaba a todos los que quisieran a una merienda en su bar, para lo que preparaba dos tinillos de limonada y engalanaba tanto su patio como la plaza del Humilladero.
Anexo al bar, se encontraba un patio en el que construyó una edificación que en la planta baja albergaba una habitación para la cámara frigorífica, una despensa y una zona de barra para atender a las mesas del patio en los meses de verano.
En la planta superior construyó tres habitaciones en las que se alojaban sus innumerables amigos que iban a visitarle.
Fue admirador y ferviente seguidor del famoso torero “Manolete” al que acompañó haya donde el diestro toreara.
Una de las amistades que le acompañó toda su vida, desde niño, fue la de Manuel Gutiérrez Mellado que trabajó en un tejar ubicado en la calle Abrevadero haciendo tejas y ladrillos, y con el que compartió grandes aventuras en su juventud, y que por deseo expreso de la familia de Federico nunca serán conocidas.
Federico fue un personaje, nunca se casó ni tuvo descendencia, pero los que le recuerdan aseguran que tuvo muchas novias, pero que con la que más duró fue una muchacha a la que llamaban “La parleña” por ser nativa de esta localidad madrileña.
Federico murió el 23 de marzo de 1983 con 73 años como consecuencia de una infección hospitalaria contraída en la operación del marcapasos.
Cuentan que el día de su entierro apareció en el velatorio un señor al que nadie conocía ni había visto antes, que preguntó por las medallas de las que Federico Montero fue merecedor durante la contienda civil y si se las habían colocado. La familia, perpleja, contestó que no, que las tenían allí pero que no pensaban enterrarle con ellas. Ante la insistencia del desconocido, allí mismo se abrió el féretro y le colocaron a Federico sus medallas, y la familia se quedó sin ese recuerdo.
Hoy todavía se le recuerda casi cuarenta años después de su muerte como un hombre afable y muy querido, y que llegó a ser una institución en Villaviciosa de Odón, y fuera también.